Nikolai bajó al vestíbulo del hotel y vio a los hombres de su padre custodiando el lugar. ¿Qué querían ahora? Suspiró agotado cuando se acercó el jefe de ellos, el señor Vladimir.
—Señor, el Pakhan lo quiere ver en su despacho, por favor, suba al auto.
Nikolai no tuvo otra alternativa, ¿qué podía hacer? Su padre era el Pakhan y él, debía obedecerle, así era como todo funcionaba.
El despacho de Viktor Volkov era un monumento a la autoridad. Amplias estanterías de caoba, un escritorio negro pulido como un ataúd y el olor penetrante a tabaco caro y whiskey añejo impregnando el aire. Un escenario diseñado para recordarle a cualquiera que cruzara la puerta quién tenía el verdadero control.
Nikolai entró sin anunciarse, sus pasos resonando con arrogancia en el suelo de mármol. No iba a dejar que su padre creyera que lo había intimidado. Pero Viktor Volkov ya estaba sentado tras el escritorio, esperándolo como un cazador paciente.
—Me sorprende que te hayas dignado a aparecer —dijo el viej