AURACIO
Miro a esta hermosa mujer que pasea entre los invitados, ¡su presencia es tan radiante! Ella tiene a su alrededor esa luz que hace que sea amada donde quiera que va, siempre atrae las miradas. Es magnífica. Nuestros miradas se cruzan por un instante y el tiempo se detiene, nos miramos con intensidad. ¡Mi reina! Finalmente es mía, mía y de nadie más. Estoy tan feliz. No solo por su presencia, sino por todo lo que aporta a mi vida: su alegría, su competencia en todo tema, su complementariedad, su gusto por el trabajo bien hecho. Y esos cinco adorables hijos. Se han convertido en mi razón de vivir.
Ella ha subido para cambiarse. Actualmente lleva otro vestido blanco, pero más fluido. Suena música, las mesas están preparadas, algunos bailan mientras otros comen. Miro a toda esta gente en mi casa, en nuestra casa, y soy feliz. Mi reina me ha hecho un hombre mejor. Ella se acerca a mí y me obliga a levantarme:
- Vamos a bailar.
- Sabes que no me gusta bailar.
- Pero harás un esfuerz