Él terminó su repaso, lento y tortuoso de mi porte y  aspecto físico y luego  se alejó del mostrador mientras yo seguía tartamudeando incoherencias.
Notaba que el calor me subía por el rostro, un sofoco fruto de la confusión, la molestia y la humillación, de haber tenido la mirada burlona  de mi jefe sobre mí, eso me hizo sentir más insegura y peor conmigo misma.
Levanté con brusquedad mi cara sofocada y comprobé que, por supuesto, Eliza también me observaba, pro ella lo hacía con expresión de reproche.
—¿Está el Boletín al día? —preguntó Markus a nadie en particular mientras entraba en su despacho, y advertí con alegría que iba directamente a la mesa donde yo había dispuesto los periódicos.
—Sí, aquí está —respondió Eliza corriendo tras él y tendiéndole la tablilla sujetapapeles donde colocábamos por orden de llegada todos los mensajes que le dejaran.
A través de las fotos enmarcadas que decoraban las paredes pude observar cómo Markus deambulaba deliberadamente por su despacho; si me