#69:

Pedí un Town Car para ir al concesionario, donde entregué una nota que había falsificado con su firma y en la que ordenaba que me entregaran el coche. A nadie pareció importarle el hecho de que yo no tuviera parentesco alguno con él, de que una desconocida hubiera entrado en el concesionario y solicitado el Porsche de otra persona. Me lanzaron las llaves y se limitaron a sonreír cuando les pedí que me sacaran el automóvil del garaje porque no estaba segura de poder recular con un cambio manual. Había tardado media hora en recorrer diez manzanas y todavía no había deducido dónde o cómo debía girar para salir del centro de la ciudad y dirigirme a la plaza de aparcamiento de Markus que la criada me había descrito. Las probabilidades de llegar a la Setenta y seis con la Quinta Avenida sin herir gravemente a una servidora, el coche, un ciclista, un peatón u otro vehículo eran prácticamente nulas, y esa nueva llamada de Markus no contribuyó a calmar mis nervios.

Repetí la ronda de llamadas
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