El beso fue un torbellino de emociones. No fue un beso apresurado, sino uno que se fue construyendo con la paciencia y el deseo mutuo. Había en él la ternura de la comprensión, la urgencia de la necesidad y la chispa innegable de la atracción. Los labios de Daniel eran suaves, y su aliento cálido contra su piel. Laura se abandonó al beso, sus brazos rodeando el cuello de Daniel, sintiendo la solidez de su cuerpo contra el suyo.
La culpa por un momento pareció diluirse en el fondo de su mente, reemplazada por la pura sensación de estar viva, de ser deseada, de poder expresar una parte de sí misma que había estado reprimida por tanto tiempo. Daniel la guio suavemente hacia la cama, sin romper el beso.
Laura sentía el calor de su cuerpo, la textura de su ropa, el aroma de su piel. Era una experiencia sensorial abrumadora después de meses de sensaciones limitadas y contenidas.
Mientras Daniel la recostaba suavemente sobre las sábanas, Laura cerró los ojos, sintiendo que por primera vez en