El reloj marcaba las 10:00 de la mañana cuando Alex tomó la decisión definitiva. La tormenta interior que había sentido desde aquella noche en San Martín de los Andes no le permitía descansar, ni siquiera dormir.

Sabía que había dejado muchas cosas en el aire, heridas sin sanar, y que si quería recuperar lo que alguna vez tuvieron, debía actuar con determinación. No podía seguir esperando, ni siquiera permitirse dudar más. Era hora de tomar el riesgo.

Con esa idea en mente, se levantó de la cama y, sin pensarlo demasiado, sacó su teléfono para marcar el número de Laura. La línea sonó varias veces, y cada segundo parecía una eternidad. Finalmente, ella respondió, con un tono de voz que, pese a la distancia y el tiempo, le sonó a una mezcla de sorpresa y cautela.

“Hola, Laura” —dijo Alex, “con una voz que intentaba sonar firme pero contenía una profunda sinceridad.”

“¿Alex? ¿Qué haces llamando ahora?” —preguntó ella, con cierta incredulidad.

“Necesito verte. Solo unos minutos. Es import