El club nocturno estaba repleto de murmullos y risas sofocadas, pero Sebastián apenas los notaba mientras caminaba entre la multitud. Sus ojos estaban fijos en la mesa del fondo, donde Esteban Montalvo bebía despreocupadamente, rodeado de dos mujeres que parecían disfrutar de la compañía de su billetera más que de su conversación.
Sebastián avanzó con confianza, ignorando las miradas curiosas que recibía. Cuando llegó frente a la mesa, Montalvo levantó la vista y su expresión pasó del relajo al desconcierto.
-Sebastián Alarcón -murmuró, recostándose en el respaldo de su asiento-. Esto sí que es una sorpresa.
-Tenemos que hablar -dijo Sebastián sin rodeos.
Las mujeres intercambiaron miradas antes de que Montalvo les indicara que se fueran con un gesto de la mano. Cuando quedaron solos, el hombre tomó su vaso y bebió un sorbo lento, como si saboreara el poder que creía tener.
-Si querías invitarme a una copa, podías llamarme antes -se burló.
Sebastián no sonrió.
-Sabemos lo que hiciste.