El sol de la tarde se colaba a través de las persianas, bañando la oficina de Sebastián en una luz dorada. Emma miraba por la ventana, perdida en sus pensamientos, su mente atrapada en un torbellino de emociones que no lograba comprender. Había pasado una semana desde su conversación con Sebastián, y aunque había decidido darle un poco de espacio, el tiempo no había hecho más que aumentar la confusión que sentía. Por un lado, quería creer en sus palabras, en la promesa de cambio que había hecho. Por otro, el miedo a ser nuevamente decepcionada la mantenía a la defensiva.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Miró hacia atrás y vio a Sebastián de pie en el umbral de su oficina, con esa mirada decidida y algo ansiosa que había comenzado a reconocer. Había algo en él, algo que no podía descifrar, que la hacía preguntarse si realmente era tan confiable como decía ser.
"¿Puedo hablar contigo?", preguntó, su voz baja pero firme.
Emma asintió, aunque su corazón comen