Podía escuchar aquella explosión retumbar en mis oídos. Me quedé estupefacta unos segundos, sin captar muy bien lo que estaba ocurriendo, hasta que el olor a metal quemado invadió mi nariz.
Me reincorporé de golpe y fui corriendo a la cocina.
—¡Esto no me puede estar ocurriendo de nuevo! —chillé, al ver el desastre que se había vuelto la cocina.
Había rastro de comida por todos lados; paredes, piso. Nada se había salvado. Pero lo más sorprendente, fue encontrarme la tapa de la olla, incrustada en el techo.
Tenía dos importantes preguntas. ¿Cómo había llegado eso ahí? ¿Y cómo iba a bajarla?
—Rayos, no había logrado una explosión como esa ni con el puré de papa —murmuré.
La olla estaba boca abajo, en el mesón. Me dirigí a la estufa con tranquilidad y apagué la estufa.
«Bueno, si le vemos el lado positivo a la situación, ya me estaba aburriendo en este lugar. Al menos ya tengo algo que hacer» me dije a mí misma, quitándole importancia.
Escuché unos pasos apresurados y en cuestión