Las extremidades me pesaban y sentía la garganta seca. La última vez que tomé agua fue al anochecer.
La luz se filtraba a través de la ventana, dándome justo en los ojos.
Noté que mi cuerpo ya no sufría de escalofríos involuntario y mi costado, dolía mucho menos. Me encontraba relativamente mejor, pero no fui capaz de moverme de la cama, no por el dolor, no por la fiebre, sino por él.
Frederick estaba sentado en la butaca, viéndome con desinterés. Tenía las mangas de la camisa arremangadas hasta los codos y unas leves ojeras debajo de los ojos.
¿Desde hace cuánto estaba ahí? ¿Por qué no decía nada? ¿Por qué me miraba de esa forma?
Mis manos fueron al vendaje por puro instinto. Estaba bien. No, no solo estaba bien. Estaba colocado mucho mejor, ya no se sentía chueco. Y la ropa… Yo estaba segura de haber dormido con una blusa y unos pantaloncillos, pero, ahora llevaba un camisón.
¿En qué momento me cambió? ¿Cómo no me desperté?
—¿Qué haces aquí? —La voz me salió áspera por la fa