••Narra Frederick••
El teléfono de Charlotte había sonado.
Un simple detalle, insignificante para cualquier otro hombre. Pero yo no era cualquier hombre. Y ese número desconocido olía a mentira desde el primer segundo.
¿Será que Charlotte pensaba que no la conocía lo suficiente? Podía oler su nerviosismo a kilómetros de distancia; la forma en la que tragó saliva, como su voz salió un poco más chillona al decir que iba al baño, como pasó de sostenerme la mirada a esquivarla.
Todo indicaba que estaba ocultando algo. Y a mí mi mujer no me iba a esconder nada.
La puerta del baño se cerró con un suave clic. Me quedé inmóvil, escuchando el sonido del agua correr, el roce de sus pasos sobre el mármol.
«¿Qué estás escondiendo, princesa?»
Mis dedos tamborilearon contra el vidrio del ventanal. El lago brillaba bajo el sol de la tarde, un espejo perfecto que reflejaba las nubes pero ocultaba los monstruos en sus profundidades. El monstruo que exigía salir para descubrir que carajos estaba ocul