••Narra Frederick••
El vehículo rugió como una bestia liberada, devorando el asfalto que separaba la mansión del hospital. Cada curva tomada con precisión quirúrgica, cada cambio brusco de marcha, era un desahogo para la furia contenida que hervía bajo mi piel.
Charlotte.
El mero nombre, el recuerdo de su sabor, de su rendición en mis brazos, de su posterior desafío gritando “¡Adelante!” cuando estaba a punto de borrar el mundo entero con ella… Era un cóctel explosivo. Pero Ana Cortés era la bomba que podía destrozarlo todo. Y las bombas se desactivan con fría cabeza, no con pasión ciega.
Llegué al hospital en tiempo récord, por la entrada de atrás, claro está. Los policías deben estar en estos momentos peleando en recepción para que los dejen ver a la víctima, pero ese viejo zorro me debía una grande. Bastó una llamada en el trayecto para que aceptara entretener a esos imbéciles, pero era cuestión de tiempo para que se abrieran paso.
Caminé por los pasillos como si me perteneciera