No podía creer lo que estaba viendo. O más bien, lo que no estaba viendo. No importaba cuánto mirara la caja, el anillo no iba a aparecer mágicamente.
El alivio por las cartas se evaporó al instante, reemplazado por un frío punzante que me recorrió la espina dorsal.
—¡No puede ser! —chillé.
Con las cartas en mano, recorrí el laberinto de pasillos como si lo hubiera hecho unas mil veces, no me perdí y logré llegar al mostrador, donde el chico seguía viendo el partido de fútbol sin prestarle mucha atención a su entorno.
—Una disculpa, pero la caja del casillero B17 está incompleta —dije, sintiendo que el corazón se me iba a salir del pecho.
Resopló, como si quisiera eliminar mi existencia de la faz de la tierra.
—Señorita, ya le dije. Lo que estaba en el casillero cuando lo vaciamos está en esa caja. Punto. Si no está, es que no estaba. —Volteó los ojos y tuve el impulso de querer voltearle el rostro, pero me resistí.
No ganaría nada poniéndome hostil y lo más probable era que me