5. Me llamó amiga

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Ryder

—Me encanta que te desestreses con tu “asistente”, pero necesitas vestirte, hermano —dijo Aiden con su sonrisa burlona de siempre— puedes seguir jugando más tarde.

—¡Lárgate de una vez! —grité enojado.

Aiden sabía de mi pequeño arregló con Seraphina, pero no necesitaba verla en ese estado que solo me pertenecía a mí.

—Bien, bien... te doy diez minutos o puede que te arrepientas. No creo que pueda retrasar más a tus invitados inesperados —respondió, cerrando la puerta con una media risa.

Inspiré hondo, sintiendo la frustración atravesarme como un dardo envenenado.

—Pensé que habías cerrado con seguro —murmuré mientras me incorporaba, la tensión en mi cuerpo esfumándose al instante por culpa de Aiden— bueno ya se fue... ¿Dónde estábamos?

—Mejor no... —respondió ella en voz baja, sin atreverse a mirarme, recogiendo su ropa con movimientos torpes y apurados— parece importante ya que el señor Aiden interrumpió de esa manera en su oficina.

La virilidad se marchita cuando te interrumpen de esa manera y perdí las ganas.

Yo me vestí con la misma eficiencia de siempre, aunque por dentro aún ardía. La miré de reojo mientras se acomodaba.

Su cabello, que usualmente llevaba recogido en un moño discreto, estaba desordenado así que se lo soltó. Los rizos oscuros cayeron sobre sus hombros como una cascada de tinta, enmarcando su rostro de porcelana. Era como una pequeña criatura mágica, delicada y etérea… pero no frágil. Nunca frágil.

Su cuerpo, menudo y aparentemente débil, soportaba mi rudeza con una fuerza silenciosa que me fascinaba. En la cama era fuego. En la oficina, hielo. Dos mundos en uno. Solo para mí.

Mi mirada descendió de nuevo por sus piernas mientras ella intentaba abotonar la blusa sin éxito.

—Toma —tomé la pastilla de mi primer cajón y se la lancé, ella la atajó al vuelo por acto de reflejo y mientras me puse mi chaqueta me acerqué a ella.

—Déjame ayudarte —dije con voz grave, acercándome sin poder evitarlo.

Ella me miró con una mezcla de reproche y deseo.

—No tenemos tiempo… parecía urgente lo del señor Aiden —me recuerda.

—Siempre hay tiempo —le respondí, ella se sorprendió y hasta yo lo hice porque mi respuesta se sintió honesta— no olvides tomarte la pastilla —añadí, luego de carraspear.

Mis dedos rozaron los suyos mientras le cerraba un botón.

Y aunque intentaba actuar con normalidad, su temblor al tocarla me hizo verla un rato más.

Quería ponerle mi chaqueta encima, pero quien abrió la puerta me sorprendió un poco, aunque mi rostro pétreo no decía nada.

Seraphina

Me sentía cálida en el pecho al ver cómo Ryder se preocupaba de que Aiden nos viera en esa situación tan comprometida. Era absurdo, considerando que él sabía sobre lo nuestro desde hacía meses, pero aun así... ese gesto protector me estremecía.

No soy su novia, pero tampoco me siento como su amante. Al menos no completamente. Hay momentos en los que él me mira con esa intensidad que me hace olvidar el mundo, y entonces creo que sí le pertenezco... aunque todo lo nuestro sea un secreto que vive en las sombras de su oficina.

Quise contarle del bebé. Tenía la intención, juro que la tenía. Pero una parte de mí temía su reacción y más aún cuando me dio la pastilla de emergencia que atajé en el aire.

Me gustaría gritarle en la cara que ya no hacía falta la tonta pastilla, pero decidí callar.

¿Y si me pedía abortarlo? ¿Y si decía que no quería tener un hijo conmigo?

El nudo en mi garganta me impedía siquiera imaginarlo con claridad.

Estaba tan nerviosa poniéndome la ropa que no noté cuando Ryder se acercó. Sin decir una palabra, me ayudó a subirme el cierre de la blusa. Temblé cuando nuestros dedos se rozaron, y por un segundo, deseé con todas mis fuerzas acurrucarme en su calor, dejar que sus brazos me rodearan, que sus labios me dijeran que todo estaría bien.

Pero no lo hice.

Y menos mal no lo hice.

La puerta se abrió repentinamente, de par en par, y mi corazón dio un vuelco.

Era una mujer de piel impecable, tan joven a la vista que parecía una de esas actrices que desafían las leyes del tiempo. Sus labios estaban pintados de un rojo que no perdonaba y su porte... su porte era el de una reina.

Ofelia Thorne. La madre de Ryder.

Detrás de ella, como si la escena no pudiera empeorar, apareció su mejor amigo haciendo señas y gesticulando un número “diez” con los labios. Y luego estaba el hermano menor de Ryder. Todo un espectáculo.

Me habría reído si no estuviera tan petrificada.

—Señora Ofelia... buenas tardes, ¿desea un café? —pregunté, fingiendo una serenidad que estaba a kilómetros de alcanzarme.

Pero ella ni me notó. Sus ojos estaban fijos en Ryder, tan brillantes como los de un halcón al encontrar a su presa.

La envidiaba.

No por su dinero ni su estatus, sino por su maldita calidad de colágeno. Esa mujer no solo era muchos años mayor que yo, y, sin embargo, parecía haber hecho un pacto con el tiempo.

—Querido —dijo, con voz dulce pero firme—, qué bueno encontrarte. Hay algo de lo que quiero hablarte.

Y entonces me miró. De arriba abajo. Como si pudiera oler lo que habíamos hecho.

—Claro, tía Ofelia —dijo Aiden con cariño. No eran familia, pero él siempre la llamaba tía y nadie le decía nada.

—A solas —añadió la señora Ofelia Lynn, con una sonrisa que no tocaba sus ojos— tú también Damien, espera afuera —dijo, refiriéndose al hermano adoptivo del jefe.

No me despedí. Solo salí tan rápido como pude, con Aiden pisándome los talones. El pasillo me pareció eterno y helado. Al llegar a mi escritorio por fin respiré, aunque fue un respiro entrecortado, como si el aire me doliera.

Me sentí mareada.

—¿Estás bien? —preguntó una voz dulce, preocupada, muy cerca de mí que se me hizo familiar.

Pero no quería levantar la cabeza sintiendo la vergüenza en mi piel, con las mejillas tan rojas como una fresa madura.

—E-estoy bien —respondí sintiéndome desaliñada.

Escuché una risita nerviosa proveniente de Aiden

—Ya sabes cómo es la tía Ofelia —comenta restando importancia— no te preocupes.

No dije nada. Me senté frente a la computadora, queriendo desaparecer dentro de la pantalla, fingir que todo era un mal sueño.

Y entonces, cuando alcé la vista para ver quién había hecho la pregunta, casi se me cae el alma a los pies.

—Noelia... —susurré, más para mí que para ella.

Ahí estaba.

Noelia Hazelwood.

Mi mejor amiga en la universidad.

—¡Sera! —exclamó con esa voz suave y musical que no había cambiado en lo absoluto.

Me levanté de golpe, sorprendida. Su sonrisa era la misma que recordaba de los años universitarios, cálida y llena de vida.

—Años sin verte —dijo abrazándome con fuerza.

Yo le devolví el gesto, intentando no temblar.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, contenta por fuera, pero con el corazón galopando en mi pecho.

—Es por trabajo... bueno, no exactamente —murmuró, mordiéndose el labio inferior con cierta duda—. En realidad, vengo a ver los detalles de mi boda con Ryder Thorne.

El aire se me escapó del cuerpo.

¿Boda?

—¿Boda? —repetí con la voz temblorosa, como si la palabra me hubiese golpeado con una fuerza invisible.

—No sabía que... él... que se iba a casar —musité, sintiendo cómo el color se drenaba de mi rostro.

Su expresión cambió al instante.

—Te ves muy pálida, Sera —dijo con preocupación en la mirada—. Aiden, búscale agua a Seraphina, por favor —pidió con urgencia mientras me ayudaba a sentarme.

Yo asentí, agradecida por el gesto… y al mismo tiempo, destrozada.

Todo se sentía como una broma de mal gusto.

—Yo... mi turno terminó, y debo irme, Noelia —balbuceé, poniéndome de pie justo cuando Aiden desaparecía por el pasillo hacia la sala de descanso.

—No, no te vayas aún —insistió, sujetando mi brazo con dulzura—. Espera un rato. Hablo con el señor Thorne y luego nos vamos por un café... o al médico. En serio, te ves muy mal, amiga.

Amiga.

Me llamó amiga.

Y yo… acababa de acostarme con su prometido hace menos de media hora.

Su ceño hundido de preocupación me revolvió el estómago.

La culpa me cayó encima como una losa. Pesada. Insoportable.

Me sentía usada. Sucia. Como un desecho humano al que alguien le había quitado el alma y lo había dejado tirado en la acera.

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