Capítulo 3
Seguí en silencio detrás de mis tres hermanos alfa, con el alma cargada de tristeza, mientras corrían hacia la salida del sótano, sus aullidos furiosos resonando en la noche.

—¡Ariana! ¿Crees que con quedarte callada vas a hacer como que no pasó nada? —gruñó Diego, con la voz cortante por la rabia.

Pero no hubo respuesta.

—¡Ariana, ya deja de jugar! —espetó Sergio—. ¡Abre la puerta, ponte de rodillas frente a Elena y pídele disculpas por lo que hiciste! Casi la matas con ese pastel de almendras... ¿piensas que con quedarte callada todo se va a olvidar? Cortar el vínculo mental no te va a librar del castigo.

Carlos dejó escapar un gruñido profundo mientras mostraba los colmillos, con los ojos llenos de ira.

—¿Crees que no te conocemos? Estás celosa porque fuimos buenos con Elena. ¿Por eso te escondes ahí adentro? ¿En serio crees que si nos ignoras vamos a dejar pasar esto?

Sin embargo, del sótano no brotó ni un sonido.

Al ver a los guardias temblando junto a la puerta, Diego rugió:

—¿De qué tienen tanto miedo? ¿Ariana los obligó a soltarla? ¿Nos están ocultando algo?

—Seguro les dijo a los guardias que la soltaran cuando nos fuéramos —se burló Carlos—. Siempre ha estado demasiado mimada para soportar las consecuencias.

—¿Esto es lo que eres ahora, Ariana? —preguntó Sergio, con amarga decepción—. ¿La loba que una vez cuidé tanto... ahora escondiéndose como una cobarde, y no quiere admitir lo que hizo? ¿Crees que eres la única hermana que tenemos?

Uno de los guardias finalmente balbuceó:

—A-Alfa Diego... ninguno de nosotros se atrevería a soltarla sin que usted lo ordene. Ariana lleva encerrada aquí abajo tres días...

Sergio se acercó inquieto y tiró de las cadenas rotas, pero, aunque las ataduras de plata se habían derretido, la puerta seguía trabada.

—¡Ariana! ¡Ya basta de tonterías! Ya rompí la cerradura... ¿qué pasa ahora, te agarras de la puerta como un cachorro que no quiere salir? —La frustración llenó su voz.

Sin darse cuenta, las garras afiladas brotaron de las yemas de sus dedos. Las pasó por la puerta, dejando cortes profundos y furiosos.

Sonreí con amargura mientras mi alma flotaba detrás de ellos. La puerta todavía mostraba las marcas profundas que habían dejado mis garras aquella noche terrible, cuando mi loba se lanzó una y otra vez contra el metal, con los pulmones ardiendo y las patas sangrando hasta el hueso. Por más que suplicamos y aullamos, la plata nunca cedió, y ni un rayo de luz pudo atravesar esa barrera.

«Hermanos... cuando encuentren mi cuerpo, ¿van a sentir algo? ¿Aunque sea un poquito de culpa? ¿Por lo menos me van a enterrar al lado de nuestros padres?», me pregunté con dolor.

Diego perdió la paciencia por completo y pateó la puerta con furia.

El fuerte crujido que siguió reveló una grieta por la que escapó un olor nauseabundo a muerte y polvo de plata, haciendo que lobos y guardias retrocedieran cubriéndose la boca con las manos.

—E-Eso... eso huele como... un cadáver... —murmuró uno de ellos entre ahogos.

Sergio y Carlos se acercaron, con sus rostros desfigurados por la incredulidad.

—¿Un cadáver? No digas tonterías. Seguro se escapó y dejó una rata muerta ahí adentro solo para molestarnos.

—¡Ariana! ¿Piensas que somos tontos? —rugió Carlos.

La frustración y la negación los unieron en un solo impulso destructivo, incapaces de ver la terrible verdad que los esperaba al otro lado.

Con una patada conjunta destrozaron la puerta del sótano en un estruendo que llenó el aire.

Y ahí estaba la verdad que los esperaba.

El olor a muerte y el polvo de plata que llenó el aire los golpeó con una fuerza brutal, y lo que encontrarían en el sótano abierto acabaría para siempre con todas sus negaciones.
Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App