Elena se precipitó hacia él con desesperación, pero en el momento en que sus dedos rozaron su pelaje, los instintos lobunos de Diego estallaron.
Sus ojos se encendieron de un rojo ardiente y con un gruñido furioso la apartó de un golpe.
—¡Aléjate de mí!
El rugido del Alfa Diego resonó por toda la cámara con una fuerza devastadora que estremeció las paredes.
Elena cayó al suelo con el rostro pálido de terror, las lágrimas corrían por sus mejillas pero ya no resultaban convincentes. Su actuación de indefensión, antes tan efectiva, ya no significaba nada para Diego.
Su furia se había vuelto salvaje e incontrolable, la rabia corría por sus venas como fuego líquido y sus ojos enrojecidos destilaban una sed implacable de venganza.
Se giró bruscamente hacia los guardias con voz baja y peligrosa.
—El cuerpo. ¿Dónde pusieron su cuerpo?
Los guardias se quedaron helados con los hombros tensos, evitando su mirada hasta que uno finalmente se adelantó tragando saliva con dificultad.
—Alfa Diego... e