Katherine se encontraba de pie junto a la cama de Anthony, el rostro endurecido mientras sostenía el pequeño frasco con el antídoto entre sus dedos. El frasco, frío al tacto, representaba más que una simple cura: era el destino de Anthony en sus manos. Por primera vez, tenía el control absoluto sobre su vida. Podía decidir salvarlo o acabar con él. Bastaría con un simple movimiento, con apretar sus dedos hasta que el frasco se rompiera y el veneno siguiera su curso. Así de fácil podría deshacerse del hombre que había sido su tormento durante tanto tiempo.
Pero el simple hecho de que fuera fácil no significaba que fuera lo correcto.
Los pensamientos de Katherine eran un torbellino de emociones, atrapada entre el deseo de venganza y el miedo a lo que significaría tomar esa decisión. Sus labios estaban sellados en una línea delgada, pero su mente no dejaba de gritarle que ahora, finalmente, podía hacerlo pagar por todo el daño que le había causado. El hombre que yacía inerte en la camill