Dimitri elevó las cejas y por un instante no supe si mirarlo a él o al silencio que nos envolvía. Su presencia llenaba la sala con un olor a perfume caro, sus manos, siempre tan medidas Inspiré despacio, sintiendo el olor elegante. Garraspea antes de hablar. ¿Por que de repente me sentí nerviosa con este desconocido?
—Y bien, esta dispuesto de ser mi inversor principal en mi nueva empresa.
—Por mí no hay ningún problema — respondió sin chistar, su voz sono firme—. Puedo encontrarme con usted cuando todo este listo. Solo dígame por qué razón desea abrir una empresa; tengo entendido que usted ya es dueña de varios de los Hoteles Oasis.
—Porque mi propio esposo me robo mis hoteles.
Sus ojos brillaron con una sombra de sorpresa y, antes de que hablara. Le mostré una foto de Sebastián y de su amante.
—Me imagino que conoce a mi exesposo —musité.
—Exesposo —repitió él, con una media sonrisa en los labios
—Así es. Ya no es mi esposo.
—Una mujer como usted, tan bella y hermosa fue engañada y despojada de sus propias empresas.
El río suave de sus palabras, hasta me atravesó. Asentí con la cabeza, tratando de ordenar mis recuerdos para contárselos sin desmoronarme. No iba a decirle todo; no debía. La verdad completa era una catástrofe que aún no quería recompartir. Le relaté lo esencial: descubrí la traición de mi esposo con su asistente; luego, él me pintó como una loca.
Dimitri negó con la cabeza, incrédulo.
—Vaya. Increíble —murmuró—. Lo siento. Lo siento de verdad. Pero eso no será suficiente para que vuelva a hundirse.
Sentí un calor en las mejillas: vergüenza, rabia, una mezcla que me empujó a no retroceder. No iba a dejar que me devoraran otra vez.
—No pienso caer ni dejarme humillar —dije con voz firme—. Por eso acepté entrar en alianza con usted. Necesito elevarme. Quiero abrir una empresa de hoteles, ropa fina, bolsos... No tengo mucho capital, pero sí tengo visión y orgullo. Quiero competirle. ¿Está dispuesto a fusionar su imperio con el mío y abrirlo conmigo, señor Volkat?
Sus ojos se entrecerraron. La posibilidad de que yo, la mujer a la que el destino había golpeado, quisiera desafiar a su exesposo le resultaba, probablemente, deliciosa y peligrosa a la vez.
—¿Está dispuesta a todo por abrirlo? —preguntó, con esa calma que anuncian los hombres acostumbrados a obtener lo que desean.
Lo miré fijo y sin dudar respondí.
—Soy capaz de todo. Absolutamente todo, señor Volkat.
No fue una respuesta vana, le dije como quien firma sentencia. Una parte de mí se encendió entonces, como el brillo de una llama que no iba a apagar. Era el inicio de mi segundo juego; la venganza era mi motor a luchar, era estrategia, era negocio.
Dimitri sonrió de lado, dejando ver unos hoyuelos que me resultaron extrañamente hermosos y peligrosos. Giré la cabeza para ocultar una emoción que no sabía si era confianza o miedo. Él comenzó a hablar, pero su voz parecía venir de lejos. Conocía al hombre que había sido mi marido; conocía sus artimañas, su mundo. Pero, añadió, no le importaba. Lo que le importaba era la oferta que estaba a punto de hacerme.
—Mira —dijo, acercándose un poco más—. Sé lo que perdió. Sé lo que le arrebataron. Y sé que quiere recuperar cada centímetro de su mundo. Yo puedo ayudarla.
Lo miré con desconfianza, sin entender aún hacia dónde se dirigían sus palabras.
—Pero todo tiene un precio —continuó, su voz más baja, como un susurro que podía cortar el aire—. Necesito que finjamos un compromiso. Que usted acepte ser mi prometida por un año.
Me quedé paralizada.
—¿Perdón? —logré decir, con la voz temblorosa—. ¿Prometida por un año?
Asintió lentamente, como si fuera la cosa más natural del mundo.
—Sí. Durante ese tiempo, haremos que el mundo crea que estamos comprometidos. Yo le ayudaré a recuperar lo que le robaron y juntos lograremos que pague quien se atrevió a arrebatarle todo.
El silencio se hizo pesado. Fingir un compromiso, actuar un amor… eran palabras que olían a teatro, a máscaras. Y sin embargo, la oportunidad se abrió ante mí como un abismo hacia la libertad.
—Y ¿qué gana usted con esto? —pregunté, conteniendo un temblor que no podía evitar.
Dimitri se inclinó ligeramente, apoyando un brazo sobre la mesa.
— Usted necesita de mi para vengarse y yo necesito recuperar la herencia y la empresa que me dejo mi padre. Estaríamos a mano.
Reí bajito.
—Acepto —dije, casi sin pensar—. Acepto ser su prometida durante un año. Haga lo que tenga que hacer por mí y yo cumpliré mi parte.
Dimitri asintió, satisfecho, y sacó unos documentos de cuero oscuro, dejándolos sobre la mesa. Me tendió un bolígrafo.
—Firmemos entonces —dijo—. Esto sellará nuestra alianza.
Mis dedos temblaron cuando lo tomé. Leí por encima, era simple; fingir nada masera simple.
—He puesto en el acuerdo que durante ese año usted cumplirá con todas mis peticiones —añadió, con un hilo de ironía
—Espero que en ese tiempo haya conseguido derrocar al imbécil que me robó lo que me pertenece.
Dimitri rió, un sonido bajo y contenido, y por un momento imaginé qué pensaría el idiota de Sebastián cuando supiera que su amigo de universidad se unía con su exesposa. Me dio gusto imaginar su pequeña cara de sorpresa. Pero más que eso, sentí una punzada de poder.
—Espero que no me traicione al ser amigo de mi esposo.
—No la traicionaré —me aseguró, acercándose un poco más de lo prudente—. Usted cree que yo traicionaría a una mujer por una amistad de muchos años que era una falsa.
Me alejé. Su cercanía me provocó una respuesta automática; prefería mantener la distancia. No obstante, sus palabras tenían un doble filo: dijo “amistad falsa”. ¿A qué se refería? No quise indagar. No era momento. Mi objetivo era otra, abrir mi empresa, recuperar lo que fue mío, y hacer caer a los enemigos.
Porque de mi cuenta corre que no descansaré hasta acabar con esos dos.