María se asomó al mediodía en su oficina.
—¡Hola jefa! Vamos a almorzar.
—Si un momento, déjame terminar esto—dijo tecleando.
Luego María le dijo en voz baja.
—¡Que tal! El jefe Ernesto, tan amable, dulce y educado. ¡Tan cuchi! ¡Que me provoca llevármelo para mi casa como mi osito de peluche!
Sofía se río y le dijo.
—Es casado.
—Ya lo sé, yo respeto eso. Solo estoy bromeando.
Vicente pasó casi una semana afuera y los días transcurrieron si novedades. Ni Amelia, ni Antonio se dejaron ver por presidencia. Sofía los había visto a la hora de la entrada, tomados de la mano.
Amelia la miraba con desprecio, Antonio le hacía una inclinación de cabeza, con una sonrisa hipócrita. Aunque siempre elegantes e impecables. Sofía, evitando tropezar con ellos, se iba por la escalera o el ascensor.
Casi al terminar la semana, Vicente le anunció un día antes que llegaría.
Ese día se levantó emocionada y se esmeró en su arreglo, aunque se convenció a si misma, ya que era Vicepresidente, debía e