Atina
Jess entró como un rayo a casa. Era costumbre suya usar la llave que teníamos en una maceta, pero por lo general tocaba para no asustarnos.
“Lo siento, pero necesitaba hablar contigo” dijo a modo de disculpa, entrando a mi habitación.
“¿Qué sucede, Jess?¿Cuál es la urgencia?”
“Henrik me llamó. El chico está enloquecido. Le dije que lo iba ayudar, pero lo cierto es que me comenzó a asustar. Jamás lo había escuchado así… Me preocupa lo que sea que está pasando por su mente”
Jess no se preocupaba por cualquier cosa; es más, a veces ni siquiera se inquietaba ante situaciones de deberían hacerla reaccionar. Si a ella le parecía grave, algo iba verdaderamente mal.
“Esta tarde le dije lo que pensaba, y me siguió a la casa”
Jess se sent