141. Un enemigo escondido

—¡Sí! —Altagracia se lleva las manos a los labios. Los nervios le crean el tartamudeo, y para el colmo, las lágrimas que había jurado ya no dejarlas salir están ahí. La razón para ellas es algo nuevo: son de felicidad—. Acepto ser tu esposa, Gerardo.

Gerardo también sonríe, sin apartar su mirada devota en amor de Altagracia. El viento mueve las copas de los árboles, y con eso arrastra las hermosas hojas de un flamboyán para acompañarlos, como si supiera de éste regalo que supera con creces cualquier otro que Altagracia pudo haber imaginado. Su corazón, al latir con fuerza, explota de amor, al igual que lo hace el propio corazón de Gerardo.

—¡Acepto! ¡Sí! —Altagracia se echa a reír, adornada ya su cabello por los pétalos rojos. Se abalanza hacia Gerardo, tumbándolo al suelo.

Gerardo ríe junto a ella, hundiéndose en el olor de su cabello y de su piel, cerrando los ojos mientras la abraza por la cintura y se deleita por las risas de Altagracia en sus oídos, acompañados por las hojas del
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