—¡Sí! —Altagracia se lleva las manos a los labios. Los nervios le crean el tartamudeo, y para el colmo, las lágrimas que había jurado ya no dejarlas salir están ahí. La razón para ellas es algo nuevo: son de felicidad—. Acepto ser tu esposa, Gerardo.Gerardo también sonríe, sin apartar su mirada devota en amor de Altagracia. El viento mueve las copas de los árboles, y con eso arrastra las hermosas hojas de un flamboyán para acompañarlos, como si supiera de éste regalo que supera con creces cualquier otro que Altagracia pudo haber imaginado. Su corazón, al latir con fuerza, explota de amor, al igual que lo hace el propio corazón de Gerardo.—¡Acepto! ¡Sí! —Altagracia se echa a reír, adornada ya su cabello por los pétalos rojos. Se abalanza hacia Gerardo, tumbándolo al suelo.Gerardo ríe junto a ella, hundiéndose en el olor de su cabello y de su piel, cerrando los ojos mientras la abraza por la cintura y se deleita por las risas de Altagracia en sus oídos, acompañados por las hojas del
Soledad está del otro lado del vidrio, y aunque no le permiten sentarse porque sólo sería en las visitas y Soledad no tiene permitido aún sus visitas, es capaz de verla finalmente, con una actitud desafiante cuando se da cuenta que está aquí.Altagracia no tiene mucho tiempo.Su prima pudo haberla destruido, quizás lo hizo al ser cómplice de Ignacio, y del mismo Joaquín, incluso, del propio Juan Carlo, pero lo que siente por ella…no es odio.No hay ni una pizca de algún sentimiento contra Soledad. Pero como madre, y los días perdido con su bebé es algo que nunca regresará. Cualquier cómplice de lo que sucedió merece lo peor.—Sólo espero que algún día encuentres paz en tu corazón —Altagracia no le quita los ojos de encima. Soledad permanece en silencio, no afectada por sus palabras—, tu peor pesadilla es esta —Altagracia asiente—, mi bebé conmigo, mi bebé en mis brazos. Mi hijo salvado por la gente que es buena, porque sí, Soledad, existe gente bondadosa, con principios. Caíste tan ba
Altagracia se toma la pastilla para el dolor de cabeza que se intensificó con las palabras de su abuela. Acaba de peinar a Sergio y terminó de guardar sus juguetes antes de sentarse, desganada por lo de Aracely.No le han dolido las otras traiciones porque esas personas son nada para ella. Pero esto es el quiebre total de su corazón.Mirando a Sergio, esa herida se quiebra por completo. Una última lágrima cae por su mejilla. Y tan sólo se pregunta…—¿Por qué, Aracely? ¿Por qué tuviste que hacer esto? —se murmura Altagracia—, te lo hubiese perdonado todo, hermana. Todo…—Tía —Sergio la llama, buscando sentarse en sus piernas—. ¿Estás bien?—Estoy bien, mi amor —Altagracia disimula al esnifar rápidamente, sonriéndole—. Tengo algo en el ojo, pero ya estoy mejor. ¿Quieres ir con los caballos?—¡Si quiero! —responde Sergio, ya sonriente—. Tía —Sergio la sorprende con su llamado—. ¿Puedo hacerte una pregunta?Altagracia le ata las cuerdas de sus botas conforme asiente para hacerle al niño co
Temprano en la mañana, luego de besar a Altagracia en la frente para no despertarla, Gerardo salió a la oficina de Campos Del Valle, y se acercó a Santa María para examinar su hacienda con respecto a sus días ausentes.Caminando cerca de los graneros con algunos trabajadores que lo están poniendo al tanto de la producción de Santa María Gerardo escucha atentamente. Ha pasado toda la mañana de esa manera, algo ocupado, y no ha tenido tiempo de llamar a Altagracia. A la distancia minutos después puede ver a Fernando bajándose de la camioneta. Le pide unos segundos a los trabajadores, en especial a su capataz, a quien le palmea el hombro antes de hacerle una seña a Fernando para que se acerque.—¿No has dormido bien? —pregunta Fernando, poniéndose ya a su lado. Empiezan a caminar por la enorme tierra que separa el granero con la casa principal.Gerardo inclina el rostro en gesto desinteresado.—Dormiré bien cuando me digan la sentencia del desgraciado —admite Gerardo, poniéndose las manos
Altagracia toma asiento junto a Gerardo, aún en la sala donde acaban de ver a Rafael marcharse de Los Reyes. Ambos observan al pequeño Matías descuidarse del alrededor para interesarse en sus juguetes, todavía en los brazos de su padre. Si fuera por ella, ya estuviera soltándole la noticia, pero sabe que esto merece ser especial para él. Para ambos.—Gerardo, amor —Altagracia acaricia su mejilla con suavidad—, me gustaría decirte algo.Gerardo sienta a Matías en sus piernas luego de darle un beso en la mejilla.—¿Qué sucede?—Es sobre…nuestra boda —Altagracia le muestra esa gran sonrisa qué solo es capaz de hacerlo olvidar de todo lo demás. Le sonríe antes de continuar—, quiero que nuestra boda sea aquí.La manera en la que le confiesa las palabras hace de un Gerardo un ilusionado por su amor. Los ojos de Altagracia brillan con un toque especial, y esto le devuelven la vida para siempre.—Haremos esto dónde y cómo tu prefieras —Gerardo busca sus labios en un imperioso toque suave—, do
Gilberto también le sonríe, y Altagracia lo abraza.—¿No extrañas un poco a Ximena? Porque yo sí —Altagracia vuelve a su escritorio. Estira la mano para tomar lo que Gilberto le acerca—, pienso en ella cada día. A veces la extraño, pero sólo por ella volví a ser yo. Quiero que la empresa de préstamos esté a tu nombre, Gilberto —al decir esto lo toma de sorpresa—, has sido un ángel para mí, y lo mínimo que puedo hacer es esto —saca de los gabinetes del escritorio unas cuantas hojas ajenas—, lo hice antes de que se descubriera mi identidad, aún como Ximena.—¿Cómo así, señora Altagracia? ¿Usted —Gilberto abre los ojos—, me está dando una de sus compañías?—Qué bueno que me entiendas —Altagracia le sonríe con suavidad—, fuiste fiel a mi madre y me fuiste fiel a mí. Mereces ser recompensando y lo sé. Es tuya —Altagracia asiente—, ya no tienes porqué trabajar para mí.Gilberto se quita los lentes, tomando los papeles.—En mis momentos más oscuros estuviste para mí. Quiero recompensar tu ay
Caminando de un lado al otro en un pasillo solitario, de brazos cruzados, Altagracia está de esa forma desde hace un par de minutos en la fiscalía de la ciudad.Partió temprano a la ciudad para resolver unas que otras cosas importantes acerca de Compañías Reyes y temas de las dos haciendas a su nombre: Los Reyes y Villalmar. Sin decirle a nadie, se acercó a la fiscalía en búsqueda del fiscal Omar para que le hiciera un último favor.—No es posible, señora Reyes. No estamos-—Se lo suplico, sólo será ésta vez —Altagracia pidió en voz baja—, necesito hacer esto. Lo necesito, señor Omar. Usted más que nadie sabe por lo que he pasado. Gerardo y a mí nos ha ayudado. En estos momentos, soy yo quien le pide que haga esto como un último favor.Omar miró el lugar hacia las celdas. No convencido de lo que Altagracia pedía. Mantuvo la calma y sólo por conocer su caso confirmó con un asentimiento determinado.—Quince minutos. La acompañaré.Y desde entonces está esperando el resultado de la visi
*Meses después*—Éste vestido es precioso, Gracia. ¡Tan sólo mírate! —es la dulce voz de Azucena, agachada mientras ayuda a estirar la cola del vestido de su hermana—. Nuestra abuela hizo un hermoso trabajo.—No puedo creer que ya llegó el día. No puedo creerlo —Altagracia se mira en el espejo. Tiene exactamente cuatro meses de embarazo, y su pancita sobresale en el vestido blando de novia hecho por Aleida. Su embarazo le da un toque especial y hermoso al atuendo, y en general, a toda ésta celebración que apenas comienza—. Estoy tan nerviosa.—¿Cómo no lo vas a estar? Si la última vez…Altagracia se echa a reír por el comentario de Rita.—No te preocupes, Rita. Sé que hacer para compensar ese pequeño detalle —Altagracia le guiña un ojo a Rita. Su prima también se echa a reír confidente a la idea clara de Altagracia. Ella vuelve a mirarse en el espejo, vislumbrándose a sí misma y sobre todo a su vientre. Lo acaricia con tal suavidad que teme molestar a su bebé en espera—. ¿Estamos casi