Los ojos de Diego se abrieron como platos, como si no pudiera entender lo que le estaba diciendo.
Durante todos los años desde que nos conocimos, había sido su compañera devota, generosa y obediente. Lo había amado tan profundamente, que había sacrificado todo por él. Nunca se había imaginado que un día yo sería quien sugiriera romper nuestro vínculo de pareja.
La expresión de Diego cambió de sorpresa a irritación, luego a un desprecio absoluto. Soltó una risa áspera.
—¿Romper el vínculo de pareja? —Negó con la cabeza, su voz goteaba condescendencia—. Esperanza, deja tus juegos y trucos. Sin mí, no eres nada. No vengas arrastrándote de vuelta cuando te des cuenta del error que has cometido porque no te voy a recibir.
Pero no lo volví a mirar, solo les dije a mis padres suavemente. —Sáquenme de aquí.
Mi padre, el Alfa más poderoso de los Territorios del Norte, suprimió su aura de Alfa y le dirigió a Diego una mirada peligrosa antes de alejar mi silla de ruedas.
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