Londres, Inglaterra. Siglo XIX
Catherine caminaba hacia el altar del brazo de su padre. La catedral se encontraba repleta de rosas blanca, más de las que había visto juntas en toda su vida. Una débil corriente de aire hacía que las velas de los candelabros titularan, arrastrando a ella el aroma de las rosas que lo inundaba todo.
La crema y nata de toda la sociedad de Londres se encontraba presente para ser testigos de la feliz ocasión.
Se encontraba tan nerviosa que sentía como sus piernas apenas eran capaces de sostenerle y es que de no ser por su padre que se encontraba a su lado, no habría sido capaz de dar un solo paso.
Sentía como la mirada de todos los presentes se encontraba puesta en ella. Sin embargo, todo lo que ella podía ver era a Thomas; quien le esperaba justo ante el altar. Portaba un traje color negro de terciopelo que le hacía destacar entre el resto. Su postura era regia, su apariencia perfecta y tenía un aura de poder que resultaba imposible no sentirse nerviosa por estar a su lado.
Aun a la distancia podía sentir como aquellos poderosos y profundos ojos azules le observaban fijamente, era como si le atravesaran.
Thomas la vio desde el momento en que atravesó las puertas de la catedral. Ataviada en aquel impoluto y enorme vestido blanco de sedas y encaje. Aun cuando en esos momentos un largo velo cubría su rostro, recordaba cada una de sus facciones; las tenía gravadas a fuego en su memoria.
El escaso par de minutos que tardo en recorrer aquel pasillo se le antojaron eternos, a la vez que sintió como si solo hubiese pasado un segundo. Pronto la tuvo ante sí, siendo entregada a él por John, su padre.
Este no dijo palabra alguna, tan solo coloco la mano de su hija en la suya y se alejó en silencio.
La ceremonia pronto dio inicio y el sacerdote le indico a Thomas que descubriera el rostro de su novia. En el momento en que lo hizo, las miradas de ambos se encontraron y fue como si el mundo a su alrededor solo desapareciera. Era como si fuesen los únicos seres vivos en kilómetros a la redonda y es que todo cuando escuchaban era el latir de sus corazones y el sonido atronador de la sangre recorriendo sus venas.
Fue de ese modo hasta que el sacerdote llamo a su atención, trayéndolos de regreso al lugar y momento en que se encontraban.
Thomas enseguida tomo el anillo que el sacerdote le tendía y viéndola a los ojos le dijo.
—Yo Thomas Francis Devereaux, Conde de Essex. Te tomo a ti Catherine Marie Ashwood como mi esposa. Prometo que nada en el mundo me impedirá darte todo lo que mereces, que no descansare hasta que sientas todo lo que has despertado en mí. Te juro que estaré contigo hasta el último de tus días, recordándote lo que significas para mí —le prometido viéndola a los ojos con una intensidad que era casi abrazadora.
Coloco entonces el anillo en su debo como un símbolo de la promesa que acababa de hacerle. Fue entonces turno de Catherine, así que aun cuando se sentía atrapada por este; extendió su mano hacia el sacerdote y tomo el anillo.
—Yo Catherine Marie Ashwood te acepto a ti Thomas Francis Devereaux como mi esposo y te prometo que honrare nuestro matrimonio sin importar lo que suceda. Estaré a tu lado en las buenas y en las malas, que mi silencio dirá más que mis palabras —le respondió sosteniéndola la mirada, lo cual le resultaba muy difícil y entonces le coloco el anillo.
Todo eso fue presenciado por los invitados, quienes encontraron sus botos únicos y muy hermosos.
—Por el poder investido en mi por la santa iglesia católica y el rey. Los declaro marido y mujer —pronuncio el sacerdote.
—Puede besar a la novia —le indico a Thomas.
En ese momento, Catherine no pudo mover ni un solo musculo de su cuerpo. Sentía como si estuviera paralizada ante lo que estaba a punto de suceder. Por fortuna no se vio obligada a hacer nada, pues fue Thomas quien dio un paso al frente eliminando la distancia que les separaba. Antes de que ella pudiese asimilarlo siquiera, coloco una de sus manos en su cintura, la otra en su mejilla y la beso.
El contacto de sus labios sobre los de ella, era algo que Catherine jamás había experimentado y que le resulto verdaderamente maravilloso. Pronto aquel leve rose se volvió algo un tano más apremiante; su agarre sobre ella se volvió más firme y la presión de sus labios fue mayor.
Catherine podía sentir su aliento filtrándose entre estos. Una calidez desconocida pronto pareció envolverla por completo y las sensaciones que aquel beso despertaba en ella, pronto hicieron que nada más en el mundo importara. Fue perfecto y es que no había otra forma que esa para describirlo.
Al menos fue así hasta que algo cambio y es que de pronto sintió un agudo dolor en el labio interior, mismo que le hizo separarse con rapidez de Thomas. Tenía perfectamente en claro lo que acababa de suceder, este le había mordido con tanta fuerza que podía ver una leve mancha de sangre en sus labios.
Al ver eso Catherine se llevó la mano a los propios labios, dándose cuenta de que estaba sangrando. Aquel acto le asusto e intento alejarse en consecuencia.
Por desgracia, Thomas no se lo permitió. En su lugar, solo la volvió a acercar a él y sin dejar de verla directo a los ojos con una mirada sombría y hasta peligrosa, paso uno de sus dedos por sus labios con fuerza para limpiar la sangre. Acercándose entonces a su oído para hablarle.
Fueron solo unas pocas palabras, pero estas resultaron más que suficientes para hacer que Catherine sintiera como el terror la invadía por completo. Fue de ese modo, en especial, cuando solo un segundo después las personas comenzaron a acercárseles para felicitarlos y la actitud sombría y hasta peligrosa de Thomas cambio con rapidez. Lo hizo, dando paso a una sonrisa, tal como si nada hubiera pasado.
Catherine lo observo a solo un par de pasos de distancia, mientras la sangre de su labio volvía a fluir y una gota de esta caía sobre su impoluto vestido blanco.
Sabía perfectamente bien lo que vendría.