La puerta de la residencia se cerró, dejando a la señora Minerva fuera.
Doña Filomena no tenía deseos de comentar nada acerca de los Vogel.
Al ver la expresión preocupada de Eduardo, —le preguntó:
—Señor Eduardo, ¿qué ha pasado?
Eduardo entregó el látigo al mozo y movió la pierna izquierda para aliviar la molestia. Había montado a caballo todo el día, y su pierna herida comenzaba a dolerle.
—La Princesa Heredera no aceptó los regalos de la señorita. —dijo en voz baja, preocupado de que alguien más escuchara.
Doña Filomena se quedó sorprendida.
—La Princesa Heredera y nuestra señora eran hermanas, y siempre se llevaron bien... Entiendo bien.
Aunque el rey le había otorgado el título nobiliario a Isabelita, ella había regresado a la villa tras su divorcio, y los rumores en la ciudad no la favorecían. Además, la señora doña Diaz de Vivar ya no estaba, y la relación familiar se había enfriado.
A los ojos de la aristocracia, todos pensaban que Isabelita estaba viviendo bajo la sombra protec