—¿En serio tengo que mudarme a tu habitación? —preguntó Hana, nerviosa e incómoda. También sintió que su parte lobuna se estremecía a su vez, una reacción rara por parte de su loba risueña y pacífica.
—Sí. Debemos hacer creer a todos que de verdad nos amamos y esas tonterías —explicó Adrien—. Recoge tus cosas, tu mudanza debe ser lo más discreta posible.
Hana asintió y tomó las pocas cosas que consideraba suyas; no eran más que limitadas prendas de vestir, dos libros y una fotografía, la cual colocó entre las páginas del libro que fácilmente podía tener un grosor de cinco centímetros. Tan pronto como tuvo sus pertenencias entre sus brazos, siguió a Adrien por aquella mansión.
La Omega sentía que cada uno de esos pasillos eran iguales y que aquel lugar era un laberinto. Había bastante servidumbre, mujeres Betas y Omegas que cumplían como sirvientas, limpiando cada rincón de la ostentosa mansión sin dejar ni una sola esquina con polvo.
También había Betas y Alfas, todos hombres, de pie