Fue un viaje interminable, miserable. Por momentos parecía que estábamos atrapados en una pesadilla, condenados a vagar por toda la eternidad en aquellas gélidas tierras, rodeados de nieve hasta donde alcanzaba la vista, sin rastros de color o calor durante días y días y días.
Risa era lo único que evitaba que nos entregáramos a la desesperación y nos echáramos a llorar como chiquillos perdidos. Había esperado tanto ese momento, que no permitiría que nada le echara a perder aquel viaje.
Mantenía su buen humor a toda prueba, y se entretenía entreteniéndonos. Ahora que podía hablar y escuchar con su mente, buscaba temas de conversación en los que pudieran intervenir todas las mujeres. Cantaba para que todos cantaran con ella, y cuando hasta ella se cansó del repertorio repetido, nos hacía improvisar letras nuevas para melodías tradic
Los niños se adelantaron corriendo a recorrer cada habitación, seguidos alegremente por Briana, mientras Risa y yo comenzábamos la ardua tarea de quitarnos las varias capas de abrigo que vestíamos.Mi pequeña alzó a Malec con una sonrisa radiante y lágrimas de emoción en los ojos, toda ella vibrando de felicidad como pocas veces la viera.Entonces Baltar y Maeve le presentaron una placa de madera envuelta en un delicado paño bordado.—Tan pronto sea posible, queremos colgarla en la entrada al puesto —explicó mi primo con su acostumbrado acento cordial—. Es como nos gustaría que se llamara este lugar a partir de ahora.Risa me miró interrogante y meneé la cabeza, porque no tenía idea de qué se trataba. Entonces acomodó bien a Malec en un brazo y con la mano libre apartó el paño. La pieza de madera estaba primorosam
Encontré a Risa en la cabaña de Maeve. Había acomodado a Malec contra su pecho, sostenido por una amplia pañoleta atada a la espalda de mi pequeña, donde el bebé dormía muy cómodo mientras ella trabajaba con la esposa de Baltar y Enyd.Sabiendo que llevaríamos provisiones a los otros puestos, habían pasado la mañana preparando cajones de hierbas, aceites, ungüentos y otros elementos para las sanadoras.Al verme entrar ya envuelto en mis pieles, listo para partir, Enyd se despidió de ellas y salió apresurada a prepararse, porque vendría conmigo al oeste.Risa dejó a Maeve terminando de cerrar los cajones y vino a mi encuentro con una sonrisa a flor de labios. Descansó su costado contra mí y rodeé sus hombros con un brazo, besando su cabello.—Aprovecha tus últimas escapadas solo, mi señor —dijo, su cab
El gran cuervo vino a posarse en mi brazo, y en vez de darme un mensaje de Risa de viva voz, se picoteó las patas, donde hallé presillas conteniendo un mensaje de Baltar. Leí las dos tiras de papel de un vistazo y llamé a Aidan, Mendel y Kendall.—Ha comenzado a llover en el este y los parias movilizan a sus vasallos —les informé.—¿Dónde crees que atacarán primero? —inquirió Aidan.—Tal vez intenten cruzar el Launne entre los puestos de Owen y Baltar —respondió Mendel—. Hay algo como un vado a mitad de camino, aunque no creo que les sirva de mucho con tanta nieve.—El río suele congelarse en esa zona —señaló Kendall.—La capa de hielo nunca es lo bastante gruesa para resistir el peso de más de un hombre por vez —respondí meneando la cabeza—. No pueden cruzar un ejérc
—¡Atrás! ¡Ocúltense en el bosque!La advertencia de Artos llegó justo a tiempo. Obedecimos aunque no entendiéramos por qué, y un instante después oímos el agudo silbido de medio centenar de flechas volando hacia nosotros. Alcanzamos a alejarnos del Launne, cobijándonos en la espesura. Varios proyectiles volaron por encima de nuestras cabezas, yendo a clavarse en la nieve, y varios más rasguñaron las ancas de algunos de los nuestros, aunque sin producir heridas.Cuando tuvimos oportunidad de detenernos y mirar hacia atrás, descubrimos las siluetas ocultas tras los montículos de nieve que moteaban la orilla opuesta del río.—¿Qué demonios? —gruñó Kian.Artos y Milo ya llegaban desde el puesto de Owen con media docena de los nuestros.—¿Están bien? —preguntó mi hermano ala
—¿En verdad quieres mi opinión?Asentí con la boca llena, muy cómodo envuelto en mi bata de lana y pieles, mis pies abrigados en mis botitas de vellón, sosteniendo a mi hijo dormido con un brazo mientras usaba la otra mano para comer cuanto Risa traía a la mesa.Ella amasaba en la cocina, escuchándome sin interrumpirme, y cuando al fin callé, hizo una pausa en su trabajo para mirarme a los ojos muy seria, las cejas un poco alzadas, y hacerme esa pregunta.—¿Estás seguro? —insistió—. Porque no creo que te guste mi respuesta.—¿Qué podrías decir que no me guste? —inquirí intrigado, porque no era usual verla tan seria.—Que necesitan humanos —replicó sin rodeos.Tenía razón. Me envaré, ceñudo, y ella asintió con una mueca que no llegaba a ser una sonris
—Pensaba en el poblado vecino al puesto de Owen —dijo Risa—. ¿Qué planeas hacer con esos humanos? ¿Les darás oportunidad de irse? ¿Los matarás?—Aún no he tenido tiempo de considerarlo. ¿Qué harías tú?—¿Por qué no los invitas a cruzar el río y mudarse a tus tierras? —Risa alzó la vista, notó mi expresión ceñuda, y volvió a sonreír—. Necesitas más guerreros, mi señor. Ofréceles un nuevo hogar en Vargrheim o la aldea del Oeste. Así podrás reclutar y adiestrar todos los arqueros que precises. Y si hay mujeres solas, ofréceles ir al Valle. La vida de una mujer sola es muy dura entre humanos. En el Valle podrán sumarse a las madres, y como tú mismo dijiste, ganarse la vida de forma honesta e independiente, lejos de la desconfianza y la ani
Las lluvias regresaron pocos días después con ánimos de recuperar el tiempo perdido, y era una suerte. Había nevado durante meses, y cuando las nubes se abrían, la temperatura se desplomaba, congelando la capa superior. De modo que la tierra no estaba cubierta por una capa homogénea de nieve, por alta que fuera. Era como un pastel, con capas alternadas de nieve y hielo, que no se derretía con tanta facilidad.Y mientras la naturaleza se encargaba de lavar la tierra, nosotros no perdíamos el tiempo esperando que mejorara el clima.Los parias no intentaban nada abiertamente, pero mantenían su guardia de arqueros a lo largo de la orilla septentrional del Launne. La expandían ante nuestros propios ojos sin que pudiéramos hacer nada para detenerlos, y pronto había arqueros emboscados a todo lo largo del río hasta el recodo.En tanto, logré sobornar a Bardo con una raci&o
Fue un año sin verano, y aunque en ese momento añorábamos ver el sol y el cielo azul, y estábamos hartos del frío y la lluvia que se negaban a retroceder, pronto comprendimos que el clima no era adverso para nosotros, sino una verdadera bendición.Sí, permitió que los parias no necesitaran replegarse en busca del frío que los mantenía vivos, y nos frustraba verlos a la distancia, paseándose impunemente a sólo un kilómetro o dos del río. Pero esa humedad fría que nos calaba los huesos y nos ponía de malhumor nos protegía.Después de pasar tres días en el campo de entrenamiento, Mendel y yo nos pusimos en camino hacia el este.Con su tacto habitual, Ronan había preguntado como al pasar si no quería descansar unos días en el castillo. Con idéntico tacto, usé de excusa la situación con los pari