Yo había tenido tiempo de pensar cómo contaría lo sucedido. Hasta había tenido tiempo de considerar si me convenía tratar de defender a Kaira. Y había decidido que no me servía de nada. En el caso improbable de que mi actitud me granjeara la simpatía de la amazona, su favor no me sería útil. En cambio, su error me aseguraría que Olena no volviera a dejarme a su cuidado y me llevara con ella adonde fuese. Lo cual tarde o temprano sería la frontera.
Así que entre lágrimas falsas y dolores fingidos, le conté a Olena exactamente lo que ocurriera, indiferente a las miradas asesinas que me dirigía Kaira. La mordida de Lazlo en mi cuello sólo confirmó mi historia y alimentó la furia de Olena.
Al fin y al cabo resultó una suerte que le hubiera contado sobre mi embarazo malogrado, porque eso la convenció de que yo sabía lo que me estaba pasando y no le mentía.
—¿Te dijo algo mientras te sometía? —inquirió luego—. ¡Piensa, Sivja! A ese imbécil le encanta hablar.
No estaba segura de recordar cua