Punto de vista de Aria.
El olor a antiséptico aún impregnaba la habitación mientras terminaba de vendar la profunda herida en la caja torácica del hombre. Me temblaban las manos, pero me esforcé por mantenerlas firmes el tiempo que fuera necesario. No podía permitirme un resbalón y que este hombre se desangrara sobre mi alfombra. El hombre frente a mí no era un simple paciente. Era alguien poderoso, peligroso y, en ese momento, vulnerable. Pero había recuperado el sentido hacía unos instantes y me miraba como si deseara con todas sus fuerzas que me dispararan.
—Quédate quieto —susurré, limpiando la sangre con sumo cuidado.
Los ojos oscuros del hombre eran penetrantes a pesar del dolor. Observaba cada uno de mis movimientos. —Tienes pulso firme —murmuró con voz grave y áspera.
Tragué saliva, evitando su mirada por mucho tiempo. —Soy médico y, por lo tanto, es mi deber mantener el pulso firme.
Sus labios se curvaron en algo que no llegaba a ser una sonrisa. —Tu trabajo me salvó la vida