—¿Qué dijiste? —Rodrigo abrió los ojos con incredulidad—. ¡¿Cómo que no estamos casados?! ¡¿Estás seguro?!
Del otro lado del escritorio, su asistente tragó saliva y respondió con voz temblorosa:
—Señor Morales, revisamos los registros una y otra vez. No hay margen de error. Usted y la señorita Mendoza… nunca registraron el matrimonio.
El teléfono resbaló de la mano de Rodrigo y cayó al suelo con un golpe sordo.
Su mente quedó en blanco. Recordaba perfectamente el día en que Susana llegó a su vida. ¿Cómo podía ser posible que no estuvieran legalmente unidos?
Pero de pronto, como si una daga le atravesara la memoria, lo entendió todo.
Se cubrió el rostro con las manos, golpeando con frustración el sofá.
Ella le pidió varias veces que fueran al registro civil. Pero él siempre lo postergaba.
“Estoy ocupado”, decía. “Después lo hacemos”.
Y ese “después” nunca llegó.
Cerró los ojos con dolor. Ahora sí entendía la gravedad del asunto.
Mientras daba órdenes urgentes a su asistente para que int