42. Siempre el miedo
Miro la pantalla del celular una vez más, sintiendo que mis manos tiemblan tanto que apenas puedo sostenerlo.
—¿Estás bien? —pregunta Gabriel, frunciendo el ceño.
—S-Sí, yo solo… —respiro hondo, forzando una sonrisa que ni yo misma me creo—. Necesito ir al baño un momento. Ya vuelvo.
Sin esperar su respuesta, me levanto de la silla tan rápido que casi la derribo. No puedo esperar. Cada segundo que pasa hace que el aire se sienta más pesado, más difícil de respirar.
Acelero mis pasos por el pasillo, agradeciendo que no me cruzo con nadie en el camino. Empujo la puerta del baño con más fuerza de la necesaria, y el sonido retumba contra las paredes de azulejos grises.
Entro en el último cubículo y cierro la puerta con manos temblorosas. Mis piernas ceden y dejo que mi cuerpo se deslice por la pared fría hasta llegar al suelo. Mi pecho se oprime.
Cada respiración es más corta que la anterior. Intento tomar aire, pero es inútil. Es como si mis pulmones hubieran olvidado cómo fun