Alejandro
I. El Despliegue en Zúrich
Zúrich. La ciudad que había sido el escenario de nuestra primera y única fractura emocional era ahora el teatro de la Simulacra de la Autonomía. La Ceniza me había enviado aquí bajo el pretexto del Legado, pero ambos sabíamos la verdad. Esta era una prueba de control funcional, no una misión de paternidad. Mi objetivo no era asegurar la beca de posgrado de Adrián; mi objetivo era regresar con un EREC de Nivel 1, demostrando que la Ceniza era prescindible.
Si fallaba, el castigo era la pena de aislamiento de 180 días. Si triunfaba, la Ceniza estaba obligada por su propio protocolo a activar el Mantenimiento de la Cohesión Estructural (MCE) a mi regreso. Y al forzarla a cumplir, la haría más vulnerable que nunca.
Me instalé en el penthouse corporativo. Era frío, limpio, y gloriosamente impersonal. Lo contrario a la jaula de mármol de la Torre Cifuentes, pero igualmente una prisión. Adrián me recibió con la alegría controlada de un joven que ha sido e