Isabella
I. La Fuga y la Velocidad Cero
El coche blindado devoraba el asfalto de la noche de Manhattan. Yo estaba acurrucada contra Alejandro, sintiendo el calor de su cuerpo a través de la tela fría de mi traje de seda. Era la primera vez en más de once años que yo permitía una proximidad sostenida sin una justificación de protocolo, fachada, o MCE. Era una simple elección humana: la necesidad de no estar sola tras la implosión de mi universo. .
Mi mente era un terminal fallido. El Análisis de Riesgo Categórico (ARC) no existía; había sido neutralizado por el Protocolo de Perdón Mutuo (PPM). Yo ya no podía procesar datos con frialdad. Sentía el miedo. Sentía el agotamiento. Sentía el alivio. Mi cerebro se había recalibrado a un Nivel Cero de Función Protocolaria, dejándome expuesta a la experiencia sensorial pura.
—¿A dónde vamos, Alejandro? —Mi voz sonaba pequeña, ajena a la Ceniza, una frecuencia que no había utilizado desde la muerte de mi madre.
—A ninguna parte predecible, Isabe