Al compañero le debió preocupar quedar mal, así que insistió en llevarlos a un bar y luego a jugar algo de mesa.
Regina fue con Luis; la reunión de exalumnos se prolongó hasta la una de la madrugada.
Ella lo acompañó todo el tiempo, discreta y paciente, sin mostrar ni una pizca de fastidio.
Luis se lo agradeció enormemente.
De camino a casa, al notar lo apagada que estaba, buscaba conversación para animarla.
Regina sabía que él era, en efecto, una buena persona. Intercambiaban frases sueltas mientras observaba la quietud de la noche a través de la ventanilla, y su ánimo fue serenándose poco a poco.
Cuando Luis estacionó el carro frente al edificio de departamentos, subieron juntos.
Un Maybach negro estaba aparcado no muy lejos. Las luces interiores estaban apagadas, sumiéndolo en la penumbra; solo la brasa de un cigarrillo refulgía y se extinguía intermitentemente.
Gabriel los vio entrar entre risas y plática. Sus ojos, habitualmente serenos y profundos, reflejaban ahora una furia cont