Sonó el celular que llevaba en el bolso. Regina lo sacó para revisarlo. Era un mensaje de Gabriel.
“¿Ya desayunaste? Puedo llevarte algo”.
Regina temió que fuera a llamarla, y cuando iba a responderle que no era necesario, Silvia la observó por el retrovisor y le preguntó con una sonrisa cómplice:
—¿Estás soltera?
Regina se quedó helada por un segundo. Levantó la mirada y, casi por inercia, asintió con un sonido leve. Silvia la observó con atención, recordando la escena que había presenciado el otro día al seguir el auto de su hijo. La reacción de la joven no cuadraba con la de alguien que tuviera algo que ver con Gabriel.
¿Se había equivocado? Pero conocía muy bien a su hijo. Si no hubiera algo entre ellos, ¿por qué se tomaría la molestia de llevarla personalmente al trabajo?
¿Le sobraba el tiempo? Claro que no. Su hijo ya tenía treinta años; no podía permitir que siguiera posponiendo las cosas.
Tras responder un mensaje rápido en su celular, Silvia se volteó hacia Alicia y comentó so