Capítulo 5
Regina vio a Jimena alejarse de la cafetería. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Permaneció sentada un largo rato antes de llamar al mesero para pedir la cuenta y, finalmente, levantarse para marcharse....

Al bajar del taxi, sonó el celular de Regina.

Era un número desconocido.

Le punzaba la cabeza y no tenía ganas de contestar, así que colgó sin más.

Apenas había guardado el celular en el bolso cuando volvió a sonar. Era el mismo número.

Regina, ya fastidiada, contestó. Estaba a punto de hablar cuando la voz al otro lado la interrumpió con una pregunta agresiva.

—¡Regina! ¿Tú le metiste ideas a Jimena para cortara conmigo?

Maximiliano rara vez la llamaba por su nombre completo.

Por el mensaje que le había mandado esa mañana, notó que él estaba preocupado por ella.

Pero ahora estaba furioso. Y era por Jimena.

Sintió una opresión dolorosa en el pecho. Se detuvo en la entrada de la privada y cerró los ojos.

—Maximiliano, espero que ni tú ni Jimena vuelvan a cruzarse en mi camino. Si ella quiere terminar contigo, es su problema, yo no tuve nada que ver. Así que no me vuelvas a llamar, por favor…

—¡Jimena me dijo que acabas de ir a buscarla!

Se oía la irritación en la voz de Maximiliano.

—Regina, de verdad, tu actitud ya me tiene harto, ¿entiendes? No quiero ser grosero, pero… ¿vas a seguir con la cantaleta de que me case contigo? ¡Eres una hermana para mí!

—¿Hermana?

Escuchar esa palabra otra vez hizo que Regina se riera amargamente. Abrió los ojos, su mirada era dura.

—Maximiliano, ¿qué clase de hermano le anda metiendo mano a su hermana? ¿Un hermano besa a su hermana? Si ayer no dije nada delante de todos fue por vergüenza, ¡pero eso no te da derecho a humillarme así!

Hubo un silencio de un par de segundos al otro lado de la línea. Luego, la voz de Maximiliano sonó grave.

—Mira, no me voy a casar contigo, punto. Ve y pídele una disculpa a Jimena. A partir de ahora, somos como hermanos, y yo te seguiré cuidando…

—¿Y yo por qué tengo que disculparme con ella? ¿Tú quién te crees para darme órdenes?

—Sigues viviendo en mi casa, Regina. Nos vemos todos los días. ¿En serio quieres que esto se ponga tan feo?

Regina se quedó sin aliento por un instante. Apretó el celular con tanta fuerza que los dedos le dolían.

—No te preocupes. ¡Me voy a ir de aquí!

Y sin esperar respuesta, colgó.

...

Regina tomó un taxi directo a la casa de los Valderrama para recoger sus cosas.

Doña Carmen le llamó a Maximiliano.

En cuanto Maximiliano cruzó la puerta principal, vio a Regina bajando las escaleras con una maleta en la mano.

Con gesto contrariado, se acercó a grandes zancadas.

—¡Regina! ¿Qué crees que estás haciendo?

Regina le lanzó una mirada fugaz y, sin decir palabra, siguió caminando con su maleta, pasando a su lado.

Maximiliano la sujetó del brazo.

—¿En serio vas a seguir con este numerito?

Sus palabras destilaban una profunda impaciencia y fastidio.

Regina sintió que le ardían los ojos de nuevo. Se soltó de su agarre con brusquedad.

—¡No me toques!

Con dureza en la mirada, Maximiliano retiró la mano.

—Regina, piénsalo bien. Si cruzas esa puerta, olvídate de volver a esta casa.

—No pienso volver.

La expresión de Maximiliano se endureció aún más. Habló con seguridad.

—A casa de los Morales no puedes regresar. ¿Y con Andrea? ¿Cuánto tiempo piensas quedarte? Tiene novio. Abusar de su hospitalidad un par de días está bien, pero si te quedas más, ¿no crees que le va a empezar a molestar?

Regina apretó los labios.

—Voy a rentar un departamento.

—¿Rentar?

Maximiliano rio con desdén mientras se aflojaba el botón del cuello de la camisa.

—¿Y con qué dinero? Rentar cuesta, ¿sabes?

Sin esperar a que Regina respondiera, Maximiliano añadió con desprecio:

—Todos estos años has vivido de los Valderrama. Tu ropa, tu comida, todo. Hasta el dinero que tienes te lo di yo. ¿Crees que tiene sentido seguir con este berrinche?

Regina sintió una punzada de dolor. Apretó el asa de la maleta con fuerza, levantó la barbilla y dijo con expresión impasible:

—Tengo mi sueldo. No pensaba usar tu dinero. Las tarjetas que tú y tu mamá me dieron las dejé arriba, en el cajón…

Maximiliano la interrumpió, impaciente.

—¿Tu sueldito? ¡Con eso no te alcanza ni para pagar esa ropa que traes puesta!

Regina se quedó desconcertada un instante. Bajó la vista hacia su ropa. Era la que Gabriel le había comprado.

Comprendió de inmediato a qué se refería él. Colocó la maleta en el suelo, introdujo la combinación y la abrió.

—Esto lo compré yo. ¡La ropa y las joyas que tú y tu mamá me regalaron se quedan aquí!

Dentro de la maleta, doblada con cuidado, solo estaba la ropa que Regina usaba habitualmente.

Durante años, la señora Valderrama y Maximiliano habían sido generosos con ella, comprándole muchas cosas. A Maximiliano le parecía que vestía demasiado simple y siempre le regalaba ropa y joyas. Para complacer a su supuesto "novio", Regina las había usado alguna vez, pero ahora no se llevaba nada de eso.

Después de todo, se los habían regalado nuevos; usados, ya no valían lo mismo.

Aunque en realidad, nunca los había querido.

—¡Doña Carmen, venga a revisar esto!

A Regina se le fue el color de la cara.

—Ay, señor, ¿cómo cree?

Doña Carmen no estaba de acuerdo. Una cosa eran las peleas de pareja, que siempre las hay, pero revisar la maleta… ¡era tratar a la señorita Regina como si fuera una ladrona!

«Si la señora Valderrama se entera», pensó, «¡le va a poner una buena regañada al joven Maximiliano!»

—¡Le dije que revise! ¿Por qué tarda tanto?

Maximiliano se volvió hacia ella y le gritó.

Doña Carmen se encogió de hombros, asustada.

—¡Si no va a revisar, recoja su sueldo y lárguese de una vez! ¡No vuelva a poner un pie aquí!

A doña Carmen se le llenaron los ojos de lágrimas por el grito. Miró a Regina, apesadumbrada.

Regina le dedicó un asentimiento tranquilizador, haciéndole saber que entendía.

Solo entonces doña Carmen se agachó para revisar la maleta.

Regina no tenía muchas cosas: apenas algo de ropa, su lencería y algunos productos de cuidado personal, nada especialmente caro. Eran cosas que había comprado ella misma o que le había regalado Andrea.

Doña Carmen llevaba más de veinte años trabajando en esa casa y reconocía bien los artículos de lujo.

Terminó de revisar y se levantó.

—Señor, todo esto es de la señorita Regina.

—¿Está segura?

—Si no me cree, puede revisarlo usted mismo.

La mandíbula de Maximiliano se tensó. No dijo nada, guardó silencio.

—¿Vas a revisar tú?

Sus pupilas eran oscuras, contrastando con el blanco enrojecido de sus ojos. Toda la emoción contenida en su mirada pareció quemar a Maximiliano, dificultándole la respiración por un momento.

Al ver que él no respondía, Regina se agachó, cerró la maleta, extendió el asa y empezó a caminar hacia la salida.

—Regina, piénsalo bien. La casa Valderrama no es un hotel. Si después te arrepientes, aunque vengas llorando, yo no voy a…

—No te preocupes. ¡Aunque me muera de hambre en la calle, jamás volveré aquí!

Sin siquiera mirarlo, Regina salió sin volver la vista atrás.

Maximiliano, furioso, descargó su rabia pateando una silla cercana hasta volcarla.

—Señor, ¿no va a detenerla?

—Va a volver. Tarde o temprano.

Maximiliano sabía que Regina estaba enamorada de él.

Creía que todo esto era un teatro para presionarlo, para obligarlo a casarse con ella.

Pero él no iba a caer en su juego.

Mientras él se mantuviera firme, estaba seguro de que ella terminaría por arrepentirse.

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