Gabriel le había dicho que la esperaría afuera.Regina salió del baño ya vestida, pero dejó pasar el tiempo a propósito, sin moverse, hasta que dieron las diez.
Reinaba el silencio; nadie llamó a la puerta para apurarla.
«Seguro ya se fue».
Se acercó a la puerta y tomó aire antes de girar la manija con cuidado. Al ver que no había nadie fuera, sintió un alivio inmediato. Justo cuando se disponía a salir, una fina columna de humo flotó hasta detenerse frente a ella.
Al voltear, su mirada se cruzó con la de él, profunda e indescifrable.
Gabriel apagó el cigarro.
—Vamos a desayunar.
Se adelantó, marcando el camino.
Regina abrió la boca, pero no supo qué decir. Al final, resignada, lo siguió.
El restaurante estaba en la planta baja.
Una vez sentados, el mesero les llevó la carta.
Regina pidió algo al azar y le devolvió la carta al mesero.
No había encontrado su bolsa en la habitación, así que no tenía el celular para distraerse. Incómoda, se acomodó un mechón de cabello y fijó la vista en la fuente del exterior, perdida en sus pensamientos.
Cuando Gabriel terminó de ordenar y el mesero se retiró, observó en silencio a la joven sentada frente a él, con la mirada ausente.
Tras unos instantes, fue él quien rompió la tensión en el aire.
—Voy a hacerme responsable.
Regina lo miró, atónita.
—¿Qué… qué dijiste? ¿Hacerte responsable… de mí?— Su voz apenas era un susurro.
Gabriel mantuvo una calma imperturbable.
—Me aproveché de ti. Si necesitas que me haga responsable de lo que viene, estoy dispuesto.
Regina percibió la falta de convicción en su voz. Aunque él decía haberse aprovechado, la verdad era que ella había iniciado todo la noche anterior.
«Hay cosas que se dicen por cumplir. Sería una ingenua si me lo creyera. Sobre todo, viniendo de Gabriel».
Regina sostuvo su mirada, apretando los puños bajo la mesa. Su respuesta fue firme.
—¡No necesito nada tuyo!
El gesto de Gabriel se endureció visiblemente.
—Solo fue cosa de una noche. Somos adultos, no le doy importancia.
Regina bajó la vista y añadió con rapidez:
—Ayer estaba borracha. Sé que tú también tomaste. Fue... un error causado por el alcohol. Si te parece, olvidemos lo que pasó.
Gabriel permaneció impasible.
—Como quieras.
La rapidez de su respuesta le confirmó a Regina que su ofrecimiento anterior había sido solo por compromiso.
...
Después de desayunar, Gabriel se ofreció a llevarla en su carro.
Regina había dejado su bolsa en el carro de él la noche anterior. Sacó el celular y vio que estaba apagado, sin batería.
Hoy en día, sin celular una está incomunicada.
Así que aceptó la "amabilidad" de Gabriel.
Pero no quería volver a casa de los Valderrama.
Regina le pidió que la llevara a casa de Andrea.
Ella estaba de viaje, pero Regina sabía que guardaba una llave de repuesto en una cajita escondida cerca de la entrada. No era la primera vez que se quedaba en su departamento.
Encontró la llave, entró y lo primero que hizo fue buscar un cargador de Andrea.
Puso a cargar el celular y lo encendió. Tenía un montón de llamadas perdidas y mensajes, casi todos de Maximiliano. También había un par de llamadas de Andrea.
Regina le marcó primero a Andrea.
Contestó casi de inmediato.
—¿Regi? ¿Estás bien?
Andrea estaba en San Miguel, trabajando como asesora de vestuario para una serie de televisión. Regina ardía en deseos de contarle todo, pero decidió esperar a que volviera. «Mejor espero a que regrese», pensó.
—No, todo bien.
—Pero ¿dónde te metiste anoche? Maximiliano me marcó como a la una de la mañana, ¡quería que le abriera! Le dije mil veces que no estabas aquí y no me creía. Tuve que mandarle un video de la cámara de la entrada para que me dejara en paz. ¿Se pelearon o qué?
—Sí… bueno, algo así. Anoche me quedé en un hotel.
—¿Pero qué pasó?
—Cuando regreses te cuento.
—Ok. Regreso la próxima semana, ya platicaremos bien.
Después de colgar, Regina revisó los mensajes.
[¿Dónde te metiste? ¿Por qué no contestas?]
[¿Tienes idea de qué hora es?]
[¡Márcame ahora! ¡Deja de hacer dramas!]
[Regina, sé que estás con Andrea. ¡Ábreme!]
Sintió un ardor en los ojos. Borró todos los mensajes y, sin dudarlo, bloqueó y eliminó el contacto de Maximiliano. Estaba a punto de hacer lo mismo con Jimena Torres, pero se detuvo.
Le marcó a Jimena.
El teléfono sonó varias veces antes de que contestara. Su voz sonó tan cálida y amable como de costumbre.
—¿Regi? ¿Qué pasó? ¿Todo bien?
Hablaba como si nada hubiera ocurrido.
Regina apretó el celular con fuerza, tratando de contener la rabia.
—¿No crees que me debes una explicación?
Antes de que Jimena pudiera responder, añadió con un tono cortante:
—Necesitamos hablar. ¡Ahora!
...
En la cafetería.
Jimena llegó con retraso, oculta tras unas gafas de sol. Dejó un pequeño pastel sobre la mesa frente a Regina. Su sonrisa era amable.
—Regi, mira, tu pastel favorito. Fui a buscarlo especialmente a…
—¡No quiero nada tuyo!
Regina, con expresión dura, le devolvió el pastel.
Jimena se sentó frente a ella, se quitó las gafas y las dejó sobre la mesa.
—¿Regi? ¿En serio estás enojada?
—¿Y no tendría por qué estarlo?
Regina apretó los puños bajo la mesa, luchando por mantener la calma.
—¿Desde cuándo andas con Maximiliano? ¿Por qué no me dijiste nada?
—No me atreví.
Murmuró Jimena.
—¿No te atreviste a decirme, pero sí a andar con él a mis espaldas? Jimena, yo te consideraba mi mejor amiga. Te contaba todo. ¡Todo! Lo mío con él… tú lo sabías perfectamente… ¿Y así me pagas? ¿Te parece justo?
Regina recordó, sintiéndose una idiota, cómo el día anterior había creído que Maximiliano iba a pedirle matrimonio. Lo primero que hizo al enterarse fue contárselo emocionada a Jimena por WhatsApp. Ahora entendía por qué había tardado tanto en contestar.
—¿Entonces qué? ¿Por ser tu amiga no tengo derecho a buscar mi propia felicidad?
—¿Buscar tu felicidad a costa de la mía? ¡Maximiliano es el tipo que yo quiero! ¡Te lo presenté porque confiaba en ti, porque eras mi amiga! ¿Y tú vas y te metes con él? Dime, ¿eso te parece decente?
La voz de Regina subía de tono con cada palabra, cargada de emoción.
El alboroto atrajo las miradas curiosas de la mesa contigua.
Jimena se puso las gafas de sol de inmediato.
—¡Regina, por favor! Estamos en público, ¡no hagas una escena!
—¿Y qué? ¡Tú hiciste algo mucho peor y no te importó! ¿Ahora te preocupa lo que piensan los demás?
—No es eso…
Jimena perdió la compostura, su expresión se endureció.
—Mira, Regina, sé que te gusta Maximiliano. Pero él mismo lo dijo ayer: solo te ve como a una hermana. ¡Aunque yo no estuviera en medio, él jamás te aceptaría!
—Si fuera cualquier otra, lo entendería. ¡Pero tú… tú eras mi amiga!
—¡Ya deja de decir eso de “amiga”! Si realmente lo fueras, te alegrarías por mí. ¡Deberías desearnos suerte!
Jimena notó que alguien en una mesa cercana sacaba su celular. Apresurada, tomó su bolsa y se puso de pie.
—Veo que tú tampoco me consideras tu amiga. Así que dejémonos de hipocresías. Será mejor que de ahora en adelante hagamos como si no nos conociéramos.