El doctor señaló el recipiente que estaba a un lado. Regina vio el agua teñida de un rojo intenso; se le fue el color de la cara y miró a Gabriel.
Él estaba sentado al borde de la cama, cabizbajo. Tenía el torso desnudo, un vendaje nuevo le cubría la cintura y vestía pantalones de vestir. A su lado descansaba la camisa que se había quitado.
No era ropa de hospital. Sebastián Sáenz ya le había advertido sobre las posibles secuelas.
«Le había dicho que se quedara en el hospital a recuperarse. ¿Por qué demonios se había vuelto a salir?».
Estaba furiosa.
—Vigílalo bien y no dejes que vaya de un lado para otro. Si la herida se le vuelve a abrir así, no me busquen a mí, mejor váyanse a otro hospital.
El doctor se fue con la enfermera. Regina se acercó para cerrar la puerta de la habitación.
—¿A dónde vas?
La voz de él resonó a sus espaldas.
—A cerrar la puerta.
Cerró la puerta y se dio la vuelta. Lo miró, enojada, pero se esforzó por controlarse.
—¿No te dije que te quedaras a descansar en e