Al día siguiente, Regina se despertó tarde, cuando el sol ya estaba en lo alto. Se preparó algo rápido, unos huevos, y en cuanto terminó, fue al mercado a comprar un pollo entero.
Cuando el caldo estuvo listo, lo sirvió en un termo para comida y se dispuso a salir hacia el hospital.
Cuando estaba abriendo la puerta, sonó el celular que llevaba en el bolso.
No le quedó más remedio que regresar, dejar el termo sobre la mesa y buscar el celular. Era Andrea.
Contestó y se sentó en el sofá.
—¿Ya estás despierta? —le preguntó su amiga.
—Desde hace rato.
—¿Y qué tal anoche?
—Normal, supongo.
—¿Ahorita estás en casa de Sebastián?
—¿Cómo crees que voy a estar en su casa?
A Andrea le costaba creerlo.
—Pero si estuvieron solos anoche… ¿no te dijo nada?
Con "nada" se refería, por supuesto, a una declaración. Regina se tocó la llave que llevaba colgada al cuello y sonrió.
—Sí, sí me dijo algo.
Andrea insistió.
—¿Y qué te dijo?
—Que si quería ser su novia.
—¡Lo sabía!
Se notaba la emoción en su voz.