Regina vio aquella cara siniestra y el corazón le latió desbocado, pero se obligó a mantener la calma. Se dio cuenta de que no estaban en la ciudad; la zona estaba tan desierta que escapar era imposible.
—¿Quieres dinero? Te puedo dar lo que pidas, ¡lo que sea!
Regina siempre había valorado el dinero, pero, comparado con su vida, le parecía insignificante. Mientras siguiera viva, siempre podría ganar más. Si moría, todo se acabaría.
El hombre la miró a la cara, luego bajó la vista para recorrer su cuerpo, deteniéndose en sus piernas largas y delgadas. Aunque ella no vestía de forma provocativa, su mirada pervertida le provocó un terror horrible.
—¿Tú eres Regina? ¿La heredera de los Morales?
Al escuchar su nombre, sintió que el pánico le recorría cada fibra del cuerpo.
—¿Cómo sabes mi nombre?
Lo primero que pensó fue que se trataba de un sicario contratado por algún enemigo. La única persona a la que había ofendido últimamente era Mónica.
—Llevo mucho tiempo siguiéndote. Levanta el cel