Andrés apretó los labios. Sabía que su madre lo había investigado. Al ver que su hijo no respondía, Beatriz suspiró con desprecio.
—Tú mismo dijiste que anduvo con Gabriel, ¿no? Él es tu amigo, ¿cómo se te ocurre meterte con su ex?
—Hace mucho que terminaron.
Andrés arrojó las fotos sobre la mesa y fue a sentarse a un lado. Sacó una cajetilla y un encendedor, y prendió un cigarrillo. Beatriz lo miró fijamente.
—Así que no le diste el dinero para su película por Gabriel, sino porque te metiste con ella. Te lavó el cerebro, ¿o qué hay entre ustedes dos?
—¡No tienes por qué decirlo de esa forma!
Andrés le dio una calada al cigarrillo y dejó escapar el humo.
—¿No sabes cómo soy? Si fuera tan impulsivo, la empresa ya estaría en la quiebra.
—Eso es porque estoy yo para respaldarte.
Aunque Beatriz se había retirado de su puesto, su hijo no podía tomar ninguna decisión importante sin consultarla. Y, en realidad, más que una consulta, era ella quien terminaba decidiendo la mayoría de las veces.