Él no dijo nada. La metió al carro a la fuerza y cerró la puerta del copiloto.
Luego rodeó el cofre y se subió al asiento del conductor. Regina intentó bajarse, pero una mano fuerte la jaló de nuevo hacia el asiento. Gabriel puso los seguros y las puertas quedaron bloqueadas.
—¡Gabriel!
Se volteó para fulminarlo con la mirada, era odio puro.
Mientras ponía el carro en reversa, habló.
—Ponte el cinturón. Te voy a llevar a tu casa.
La actitud le provocó una risa amarga.
—¿En qué momento te dije que quería que me llevaras? ¿O de plano no te das cuenta de que no te quiero ver ni en pintura?
La mirada de él perdió un poco de su brillo, pero respondió con un tono neutro.
—Afuera hace frío. En cuanto te deje en tu casa, me voy.
—¿Y tu novia? Está adentro, ¿no piensas volver por ella?
Gabriel frenó. Se giró hacia ella y, arrugando la frente, clavó la mirada en ella.
—¿Mi novia?
Sabía a quién se refería.
Si quería recuperarla, no podía permitir que siguieran existiendo malentendidos entre ellos