—Si quieres una casa, yo te la compro.
Regina sabía que él tenía dinero. Parecía que podía darle todo lo que quisiera, excepto lo único que importaba: su afecto.
Los ojos se le enrojecieron sin que pudiera evitarlo.
Gabriel estaba a punto de estallar, pero al verle la mirada vidriosa de nuevo, contuvo su enojo.
—Hazme caso, cancela…
—¡No voy a cancelar nada! Tú no me quieres, no puedo depender de ti toda la vida. ¿Qué tal si un día me engañas con Mónica? Si decides que quieres estar con ella y me pides el divorcio, me voy a quedar sin nada. ¿No te parece que sería terrible?
Se quedó sin palabras.
—Tú sabes que Mónica y yo no nos llevamos bien. Si te empieza a meter ideas en la cabeza, vas a querer quitarme todo lo que me has dado, y entonces sí me quedaré en la calle.
No entendía qué ideas se le cruzaban por la cabeza todo el día.
Se sentía frustrado y molesto a la vez, pero hizo un esfuerzo por controlar su temperamento.
—No me voy a divorciar de ti.
—Nadie sabe qué va a pasar en el f