¿Por qué se sentía tan mal?
¿Era por lo que había dicho Eduardo?
La imagen de él golpeando a alguien era algo que jamás habría imaginado presenciar. Había perdido su elegancia y su calma habituales, para ser reemplazadas por una hostilidad sombría y pesada en su mirada que demostraba que estaba furioso.
Así que así se veía cuando se enojaba.
Era una furia muy distinta a la molestia o el enfado que había mostrado con ella antes.
Una extraña tristeza la invadió.
El tráfico de la noche no era pesado.
No tardó en estacionar el carro en el estacionamiento del edificio. Al subir, ella entró al departamento justo detrás de él, observando cómo se quitaba los zapatos y caminaba hacia el interior sin siquiera voltear a verla.
No le dirigió ni una mirada, ni una sola palabra.
La angustia que había contenido toda la noche llegó a su límite.
Se puso las pantuflas y entró a la sala. Justo cuando él estaba por entrar a su habitación, ella se atrevió a decir algo.
—¿Podemos hablar?
Él se detuvo y se v