Solo si lograba que Jimena se volviera una estrella, podría asegurar su propio futuro.
—Qué pena haberle quitado tanto tiempo. Mire, para no irme con las manos vacías y de paso apoyarlo un poco, ¿qué le parece si le compro una bolsa?
—Aunque compre una bolsa, no puedo prestarle el vestido. La boutique tiene reglas muy estrictas...
—Entiendo, entiendo. Sé que no está en sus manos, no voy a insistir.
Al ver su actitud comprensiva, el semblante del gerente se suavizó un poco.
—¿Cuál le gusta? Le puedo hacer un descuento.
—Este está bien.
Constanza eligió uno al azar.
El gerente le echó un vistazo: costaba solo cinco mil dólares. Hizo una mueca casi imperceptible, pero al final, la mujer no había conseguido el vestido y aun así estaba comprando algo. Sabía cómo moverse en estos círculos. Solo por ese gesto, el gerente decidió ser un poco más cortés.
—Déjeme prepararle la cuenta.
Constanza sacó su tarjeta y se la entregó. Mientras el gerente procesaba el pago, preguntó con disimulo:
—Las do