Regina no se imaginó que una simple mentira, dicha sin pensar, pudiera ser descubierta tan rápido.
Se quedó paralizada.
Al otro lado de la línea, la voz masculina continuó.
—Acércate.
Su tono era indescifrable, sin rastro alguno de emoción.
A Regina le había costado un mundo convencer a Mateo para que salieran, y ahora solo podía quedarse viendo cómo se alejaba hasta perderse de vista. Sabía que volver a conseguir una cita con él sería prácticamente imposible.
Suspiró resignada. La llamada se cortó. En el cruce, el semáforo cambió a verde y el resto de los carros empezó a avanzar, pero el Maybach seguía ahí, inmóvil.
Guardó el celular en su bolso y, dibujando en su cara la sonrisa más resplandeciente que pudo, trotó hacia el carro.
Alan bajó con actitud servicial para abrirle la puerta trasera. Apenas se acomodó en el asiento, Regina se volteó hacia Gabriel y exclamó con una dulzura empalagosa:
—¡Mi amor! ¡Qué coincidencia! No puedo creer que nos hayamos encontrado aquí, ¡es el destino