Gabriel solía comer fuera, y para ese momento ya había pasado la hora del almuerzo. Regina sabía que él se clavaba tanto en el trabajo que a veces se le olvidaba comer; apenas eran las tres de la tarde, así que era muy probable que no lo hubiera hecho.
Dejó el control remoto a un lado y se puso de pie a toda prisa.
—¿Ya comiste? Si no, te preparo algo…
No pudo terminar la frase. Él se acercó con una expresión tenebrosa y, antes de que ella pudiera reaccionar, se inclinó para tomarla en brazos y la llevó con paso decidido hacia su habitación.
La arrojó sobre la cama.
El colchón era tan suave que el impacto no la lastimó, pero el gesto en sí fue violento. Regina se sintió un poco mareada por el movimiento. Justo cuando intentaba incorporarse, él se abalanzó sobre ella, inmovilizándola de nuevo contra las sábanas.
—¿Qué te pasa? ¿Qué haces?
Podía adivinar sus intenciones. Estaban en la cama, ¿qué más podría querer? Pero era pleno día, las cortinas estaban abiertas de par en par y la luz d