Gabriel se rio con dulzura.
Regina se sonrojó, sintiéndose un poco simplona.
Se apartó de su abrazo y le preguntó:
—¿Tienes hambre? Te preparé un caldo. ¿Quieres un poco?
Sabía que él se había ido deprisa a la clínica por la tarde y seguro no había cenado.
—Sí, por favor.
—Ve a lavarte las manos, te lo sirvo.
El caldo de pollo se había cocido a fuego lento por dos horas, así que la carne estaba muy suave.
Las quesadillas se habían mantenido calientes y olían delicioso. También había preparado un platito con salsa casera y lo puso en la mesa.
—Prueba las quesadillas con esta salsa.
—Claro.
Se sentó a la mesa y ella se acomodó a su lado, observándolo con el mentón apoyado en la mano.
Él probó una quesadilla.
—Está muy rica.
—Qué bueno que te gustó. Cuando tenga tiempo, puedo preparar más y las congelamos. Así, cuando llegues, solo las calientas en el comal o las fríes, como se te antoje.
Sonrió, sus ojos brillaban de alegría.
—No te desveles tanto, ¿sí?
—No es tarde. De hecho, estaba tra