XXVI
Estaba en su casa, comiendo una quesadilla y un buen trozo de carne de res acompañado con un café bien cargado, cuando escuchó que llamaban a la puerta con un golpeteó energíco e incesante. Sin más que hacer, se levantó de mal humor para ver el porqué de tales imprudencias.
—¡Alcalde Félix! —se escuchó un grito.
—¡Ya voy, ya voy! —respondió enojado.
Se acercó a la puerta con lentitud. Le molestaba bastante cuando le hablaban de aquella forma, y más cuando se encontraba comiendo. Él no era el perro de nadie, y tampoco era cualquier persona a la cual se podían dirigir con gritos prepotentes y sin sentido.
—Un asesinato… otro, señor —soltó aquel sujeto cuando Félix abrió. Era Ignacio, un hombretón gordo, de bigote abultado, moreno y feo como la porquería misma. Tenía un hijo que iba camin