Sena respiró hondo antes de entrar al refugio. Desde hacía días notaba que muchos de los que se habían quedado eran de la manada Sur. Aunque había estado lejos de ellos, todavía sentía que tenía una responsabilidad sobre su gente.
Al cruzar la puerta, el murmullo de conversaciones y el sonido de los pasos de los miembros adentro la envolvieron. Caminó con paso firme, buscándolos con la mirada. En una esquina, un grupo de lobos revisaba unas cajas con raciones. El que parecía dirigirlos era un Beta de complexión fuerte, rostro endurecido y mirada vigilante.
—Buenos días —saludó Sena con suavidad, acercándose—. ¿Cómo están?
Erian, el Beta levantó la vista y asintió apenas, sin mucha emoción.
—Hemos estado mejor —respondió seco.
Sena ya se había dado cuenta que no estaban completamente bien en el lugar, era más como una obligación o un lugar sin salida, aquel en donde estás porque no tienes de otra. Sena intentaba darles ánimos y llenarlos de positivismo, así que no se iba a dejar intim